Convocatoria Artes Visuales 2023
“Una bitácora hallada entre conchales atávicos, cuyas desgastadas páginas en letras ilegibles y abigarradas, a la manera de palimpsestos, nos revelan desconocidos ritos: “Cuerpos untados en grasa de lobo y ballena, envueltos en telares de algas, con penachos de aves marinas, vasijas y amuletos de hueso alrededor. Arriba la luna roja en plenitud. Sus rostros cubiertos de rojos pigmentos y moluscos. Danzas y palabras en una extraña lengua que no logro distinguir. Círculos de piedra, túmulos de tierra, camanchaca en toda la bahía”. Algunos bocetos y, luego, páginas arrancadas. Se impone el misterio y un largo silencio. Especulamos: las anotaciones extraviadas por un cronista, el cuaderno de un arqueólogo, o los apuntes de un corsario que recaló en estas costas. Lo aparentemente cierto: la transición a la muerte entre la gente de los túmulos, hombres y mujeres de la niebla, camanchacos o changos, como les han llamado a los antiguos habitantes del litoral”.
“Desmontadas ya sus tolderías, enterrados sus cuchillos, arpones y anzuelos, nos quedan sus vestigios materiales y la posibilidad de imaginar para aproximarnos a sus vidas y el ocaso de éstas. Sabemos que durante un tiempo convivieron con sus muertos, enterrándolos bajo sus viviendas; que, una vez llegado el tiempo de los buques y las ciudades, fueron quienes construyeron los muelles, cargando y descargando valijas, también pestes y enfermedades; que, expoliados de sus ancestrales andaduras, fueron asentados, despojados de su lengua y aparentemente de sus ritos mortuorios. Sus cuerpos incluso fueron embalados y transportados en cajas, al igual que el salitre, con destino a los puertos de la minería mundial, donde hasta el día de hoy son exhibidos”.
“Ofrendas funerarias imaginarias para el pueblo Chango nos propone una exploración del paisaje humano nómada que transita los límites de lo desconocido, sondeando los misteriosos abismos de la muerte y sus ritos. Manuel Dongo Rosal, artista tocopillano, hijo de buzo mariscador, surca la madera y estampa esta vez sus grabados en tela, instalando un velo entre lo real y lo imaginado, a la manera de un falso documental. Chinguillo que recolecta gestos y rituales, exhumación imaginativa y surrealista en la que los cuerpos emergen espectrales en transición a la muerte, entendida esta última en una secuencia inventiva e infinita que es parte de la vida. Desprovisto de sus herramientas de caza y pesca, camanchacos se disponen en plena comunión con el cuerpo marino; algas y conchas son las que cubren sus ojos, mutando sus rostros y posiciones en preparación de un viaje que los llevará de vuelta al mar, origen orgánico y horizonte de navegación insondable más allá de la vida en estos parajes”.
Camilo Araya Fuentes, curador.